Sentado sobre la acera mira el moreno
vagabundo las volutas grises y dispersas del resto de colilla de un cigarrillo
encendido, cuando emergen de su negra boca. Detrás de él espera su carro de
supermercado lleno de cartones y basuras, inmóvil y desviado. Fuma solitario a
las seis de la mañana, con los pies negros sobre el asfalto gris. Parece feliz,
misteriosamente feliz, porque simplemente fuma. Su sonrisa no es una sonrisa
que haya visto alguna vez. Fuma feliz su pequeño tesoro, pero sus ojos
contemplan algo a través del humo. Contempla --sin saberlo quizás-- más allá de
toda pobreza o riqueza, por un breve instante, esa felicidad que todos tratamos
de alcanzar en el esfuerzo diario... Cabalga sobre su humo liviano más allá del
sol y las estrellas. Fuma y sonríe como seguramente fumaría y sonreiría Dios,
si pudiera.
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