Nací expulsado desde las entrañas
ardientes del sol. Recorrí la nada fría sin olvidar un instante que era un
fragmento de sol. Brillaba muy pequeño entre una infinidad de luces soberanas y
perfectas. No conocía mi destino. “Calor, luz, sol”, “calor, luz, sol”,
repetíamos a coro en un salmo de infinitas virtualidades. Nos fuimos separando,
como la vida separa todas las cosas a través del tiempo y la distancia, hasta
que descendí en la forma de un rayo de sol sobre una pequeña ola en medio de un
océano y, resplandeciendo una última vez, desaparecí bajo el agua, agradecido
de haber alcanzado mi fin.
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