Los vagabundos del Dharma se sientan
a la orilla de cualquier camino, se miran, sonríen plácidamente y comienzan a
comer en sus andrajosas escudillas los andrajosos manjares que han obtenido con
dulces engaños de los creyentes. Una niña de pelo negro y sucio los ha mirado
durante unos minutos y ahora se acerca con la timidez de una gacela. Ellos la
miran y piensan que no existe, entonces la niña desaparece y vuelven a sonreír,
mirándose unos a otros. Un perro vagabundo los observa desde el otro lado del
camino, pero no osa acercarse, porque comprende que el Dharma también a él lo
ha puesto en su lugar. Los vagabundos del Dharma limpian con paja sus enseres,
bendicen el lugar y se alejan cantando.
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