La
araucaria abre sus alas verdes
como
si una llamarada de palomas
se
posara una sobre otra.
Una
araucaria sola
apoya
su silueta negra
sobre
la cónica blancura del volcán.
La
luna gira alrededor de la araucaria noche tras noche
y
es nieve y luna y blanca soledad
el
majestuoso silencio que la conserva erguida.
Detente,
caminante,
y
contempla tiritando
la
verdad de nuestra condición humana.
Rodrigo, me ha gustado mucho ese giro final que ha dado otro sentido a todo el poema. Precioso poema.
ResponderBorrarMe ha gustado mucho pasar por aquí.Un beso