sábado, 5 de noviembre de 2011

POETA POBRE



Salí a caminar por las calles hambriento y triste no sé si de mi condición o de la condición humana. Cuando se es poeta y no se otorgan concesiones a nada ni a nadie que quiera arrancarte la piel del alma uno termina experimentando la miseria de vivir en sociedad, y entonces te reconoces pobre. Tus semejantes te castigan porque no eres capaz de realizar un trabajo de valor, un trabajo productivo y beneficioso para la sociedad. Nadie está dispuesto a pagar impuestos para poetas. Artista. Pobre. Y así, meditando en mis próximos versos, dolientes pero todavía vivos, me quedé soñando frente al escaparate de una quesería.  Mi estómago crujía dolorosamente acompañando con su música mi pensamiento. Entré. Sin pensarlo dos veces cogí del mostrador un pedazo de baguette y un queso gruyere, y ante la vista sorprendida de los varios presentes comencé a comerlos con los ojos cerrados. Después de satisfacer mi hambre de días busqué un libro de poemas que guardaba en mi pantalón y se lo extendí con una sonrisa al dependiente. “Esto es lo único con lo que puedo pagar”. El hombre obeso y de pelo colorín miró el libro con los ojos muy abiertos, enrojeció como si se hubiese tragado una docena de ajíes, y agarrando el cuchillo de los quesos lo levantó por encima de su cabeza para de inmediato dejarlo caer, cercenando mi oreja derecha.

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