viernes, 30 de septiembre de 2011

Piel de lluvia



Piel de lluvia
piel temprana de agosto
olorosa de aromos
y pámpanos nacarados de nubes
soleadas visiones
que se desbarrancan sonrientes
por las colinas
de unos vientres inventados
y vuelven a arremolinarse
en follajes de asombradas bandurrias
en abrazos de oro
derretidos
el fogón de los besos
los repliegues de la tarde
desnudos sobre la piel
iluminados y exhaustos
por el esfuerzo del amor
de un día  entero
amando.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Mi pueblo y tu pueblo


Tu pueblo no era éste
tu pueblo de girasoles y casas blancas
de soldaditos de plomo y muñecas que ríen
tu pueblo del otro lado del cielo
del otro lado del río y de las montañas invisibles
tu pueblo de la escoba cada mañana
de honrados pobres y castos príncipes
tu pueblo de la memoria
de las cosas sólo felices.

martes, 27 de septiembre de 2011

Acertijo


Y ya harto de este acertijo
partiría en dos esta tierra
para ver qué esconde dentro
y en dos
el amor
la muerte
el universo
y el tiempo.

domingo, 25 de septiembre de 2011

PRIMER DÍA DE CLASES



Los cerros eran como manadas de elefantes verdes que estiraban sus trompas de agua hasta la  desembocadura en el lago turquesa. Así los veía de lejos Ambrosio a sus siete años mientras volvía de su primer día de clases, por entre pastizales y barriales olorosos y vivos. De pronto todo pareció oscurecerse a su alrededor. Una nota grave y profunda, extraña y desconocida estremeció su alma y congeló su cuerpo. Sintió como si un rayo hubiese atravesado su cráneo y quemándolo por su espalda lo hubiese hincado en la tierra. Luego, varias notas se sucedieron cual resoplidos y cuerdas de una belleza sublime, como si un ser de otro mundo estuviese cantando escondido. El repentino aleteo de un ángel entre los juncos cercanos.
Ambrosio siguió con sus ojos llorosos de dicha el vuelo del cisne que ascendía por entre las copas de coigües y mañíos, brillando como la luna redonda en el cénit de la noche. Mientras se alejaba la nave del ave divina su canto elevaba también el alma extasiada del niño. Cuando ya desapareció de su vista y su música cesó, Ambrosio cayó de bruces al suelo y comenzó a llorar y llorar y llorar abrazado a la tierra.
Lo encontraron a la mañana siguiente tirado allí mismo, dormido y enfermo. Ambrosio deliraba de fiebre, narrando incoherentes historias de seres de otros mundos y sobre una mágica lyra. Siete días duró la fiebre y ya no comía ni casi bebía. Sus padres lloraban y rezaban de rodilla ante su cama, besando el crucifijo de plata. El médico del pueblo recomendaba su pronto traslado al hospital. Pero al octavo día Ambrosio despertó llorando desconsoladamente y dijo, abrazando a su madre: “Ya no puedo seguir aquí”.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Salvar al mundo


¿Salvar al mundo de su destrucción masiva?
Mi suspiro vuela como pluma vegetal y muere
enredada en los tejidos de esta sospechosa
muchedumbre de la voluntad suicida
come y bebe sangre y carne de planeta
con sus vísceras humeantes yace abierto
inminente presa de los bípedos carroñeros.
Y un deseo de amor incontenible
con la insistencia me ruega del oleaje marino
“Salva al mundo”
“Salva al mundo”
y mi resaca vuelve a hundirse
entre unos pobres versos diminutos
bajo toneladas de seres humanos.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

LA FAMA


Viajaba a avanzada hora de la noche por la entrada norte del Golden Gate, saliendo de California. Había abierto la ventanilla para que el aire húmedo y salado me despejara de un pesado día de trabajo en el buró. Mi vista adormecida planeaba sobre las pequeñas luces de la bahía, mientras la radio entonaba con voz profunda una conocida canción de Sinatra. Iba pensando con ternura en mi gorda, que a su pesar ya estaría tratando de dormir en nuestra cama semivacía, cuando apareció delante un antiguo Ford con las luces apagadas y la puerta del conductor abierta. Aquella escena me resultó familiar e inquietante. Me detuve cautelosamente detrás, y activando las luces intermitentes, me bajé. De inmediato divisé una sombra que se movía por la balaustrada del puente. El bramido largo y grave de un vapor que se alejaba logró estremecerme. Los automóviles iban y venían en escaso número, pero nadie parecía darle importancia a esta escena. Salté la cerca de contención y caminé hacia la sombra. Al acercarme escuché con claridad un quejido. Entonces me apresuré y de un brinco cogí en el aire el bulto que ya se arrojaba hacia el fondo del precipicio. Mis manos resbalaron por él hasta quedar enganchadas en sus axilas. El peso de su cuerpo me dobló también a mí peligrosamente hacia la oscuridad.

--¡Suéltame!—gritó.

--¡No, no!... ¡Te voy a sacar de aquí! — le contesté, a pesar de que mi posición doblada con medio cuerpo ya en el aire me impedían el menor movimiento hacia atrás.

--¡Tú no sabes nada… déjame, maldito!

--¿Qué debería saber?

Giré la cabeza cuanto pude para ver si podía encontrar alguna ayuda, pero nada, ya ni siquiera veía el paso de los autos.

--¡Soy un inservible, un inútil!... ¡No merezco vivir!

--¡Hey, te voy a sacar de aquí y nos iremos a conversar con calma!... ¡Espera, dame tu mano!

--¡Escucha, imbécil!... ¡Escucha y suéltame!... Escribo, escribo y escribo, soy uno de esos poetas que lo pone todo en palabras, que lee y lee compulsivamente lo que los demás escribieron, pero que ante todo lee para escribir y escribir siempre más… para que me lean más y más, y todos, y lograr la atención y la alabanza de todos…

--¡Bien, bien, pero eso no es tan malo, amigo!... ¡Dame la mano!

--¡Escucha, soy una basura, escribo en todas partes, en las murallas, sobre el mantel, en la tierra, en el autobús, en mi cabeza todo el tiempo, hasta que solo vomito versos y versos y más versos para que la gente me aplauda… ¡Y la gente me aplaude!... ¡La maldita gente me aplaude!… y yo estaba feliz porque la gente me colmaba de halagos, me hacía regalos, me daban premios, hasta que un día leí a Pablo, a Pablo Neruda, y comprendí que todo lo que había escrito era basura, que todos escriben pura basura, lo mismo que yo… y que nunca podría escribir más que basura!

-- No conozco a ese tal Neruda, pero imagino que cada uno que escribe tiene su propio mérito… No hay para qué comparase con los demás—le dije, tratando de aplacar su ansiedad, aunque el tema nunca se me había pasado por la cabeza.

--¡Bah, no lograrás convencerme!... El mundo está ahíto de gente como yo, somos una plaga y nos comportamos patéticamente… No tenemos capacidad para contemplarnos desde otro lugar que no sea nuestro propio ombligo… ¡Aquí está mi último verso!... Y de un mordisco le arrancó la vida/para seguir la luna de plata/del otro lado del abismo

Abrió la boca y enterró sus dientes por encima de mi muñeca. El dolor atravesó mi brazo hasta el cerebro, e instintivamente abrí mi mano, y luego la otra cedió al peso. Cayó por varios segundos, hasta que allá en el fondo negro divisé una pequeña salpicadura blanca, y un hilillo de sangre escurrió por mi mano hasta seguir el mismo destino de aquel ser.

lunes, 19 de septiembre de 2011

LA CALLE ES ALTA


La calle es alta, una alta mirada hacia el cielo. Hay pegasos recostados entre la hierba del tamaño de un dedo y esperan los pétalos liberadores de las margaritas blancas y amarillas. La fiesta desborda entre primavera y verano. Las generosas olas calipso de las eras del tiempo suben hasta los hombros de los árboles temblorosos y mansos. Navegantes de luz en resplandores matinales habitan la disolución de las nubes y junto a las veredas sucumben como risas y vinos. Las almas no suben menos que las nubes ventosas por los flancos de los desfiladeros embanderados, cuando de arriba se escuchan los primeros versos de todo himno inmortal. Allá corren también los dioses, arrastrando su manto de estrellas. La calle es alta y sube el pueblo conmocionado que anhela alegría y verdad. Los ríos cantan cuando regresan también hacia lo alto de las montañas. Es el ciclo de la paz.

No mires atrás

sólo sube sonriente

por la calle alta.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Sobre la nieve


Sobre la nieve se derrite la tarde

en vuelo de palomas se eleva

casi en silencio

desde la plaza vacía.

Un entramado de huellas minúsculas

se apagará en la noche

al diluirse la nieve

para siempre.