Comenzó así. Mientras me hallaba tendido junto al estero vino mi hija María, la de ojitos claros, y colocó riendo una bolita de barro en mi espalda. Yo también reí al ver como el lodo se estiraba en mi piel. Entonces ella corrió hacia el río y para aumentar mi alegría instaló una nueva masa de barro. Volvimos a reír. El calor y su virtud sanadora se trasladaron a mi cuerpo. Ya hacia el anochecer, felices el uno y el otro, María tenía levantado sobre mí un pequeño promontorio de algunos metros de alto. Alguien la llamó por su nombre, y ella partió corriendo entre risas saltarinas. Me quedé allí bajo la tierra, en paz, esperando las lluvias del otoño, y los pastos tiernos, las nubes en lo alto y la nieve y el vuelo alto de los cóndores que anidarían entre los peñascos de mis cumbres.
tiene el mismo trasfondo de mi escrito...
ResponderBorrarEL CAMINO DEL PORDIOSERO.
estamos como en la misma onda rodri...