Dos risas alegres brincaron orquestadas desde las cañas hacia el cielo intensamente azul. Dos cuerpos a la carrera salpicaron de gotas brillantes las orillas del río. La joven huía gritando de los brazos extendidos de su amado. Bajo las trenzas del sauce cayó su cintura apretada entre los líquidos brazos del hombre. Por la otra margen del río un grupo de gansos salvajes aleteó sonoramente. Se besaron, se amaron y al fin se quedaron mirando tendidos sobre la hierba. El sol los dejó dormir a la sombra por un largo rato.
La joven mujer jugó con su pelo sobre la cara del hombre hasta que él se despertó. Volvieron a reír. Volvieron a besarse, y después de susurrarse frases entrecortadas por caricias y besos, se sentaron para satisfacer otro instinto: su hambre. De la cesta de mimbre ella sacó el pan, el queso y las copas. Amarrado a una de ellas por un lazo rojo descubrió un pequeño papel. Suspiró, anticipando otro dulce mensaje de su amado:
“Cuando comiences a leer estas palabras y te dispongas a beber con tu amante, yo estaré muerto de un disparo sobre nuestra cama matrimonial.”